Trump siembra la confusión (y cierta indiferencia) con sus vaivenes arancelarios

hace 10 horas 32

En el Washington de Donald Trump es fácil olvidar cómo eran las cosas en otro tiempo… es decir, hace una semana. En esta, los aranceles han vuelto a la primera línea de la discusión política y económica, pero no, como era de prever, porque fuera a vencer el plazo del 9 de julio que él mismo dio para la activación de los gravámenes con los que él mismo amenazó en abril a decenas de países, sino porque el presidente de Estados Unidos decidió —unilateralmente, una vez más— fijar una nueva fecha para su entrada en vigor: el 1 de agosto.

Será entonces cuando se materialicen esos aranceles, tanto los que Trump ha comunicado por carta a algunos de sus socios, 25 hasta este sábado, día que arrancó en Washington con las bombas tarifarias del 30% lanzadas a la Unión Europea y a México, como los que faltan por llegar a sus destinatarios.

O tal vez no. El desconcierto es la única certeza en la política comercial de esta Administración. También la confianza de su presidente en el poder de las tasas a la importación para devolver a Estados Unidos los trabajos manufactureros —y, de paso, su grandeza, Make America Great Again (MAGA)—. El resto son dudas: ¿Serán las amenazas reales esta vez? ¿Tendrán tiempo esos países de alcanzar acuerdos con Washington que suavicen esos castigos? ¿Les caerá a aquellos que para entonces no hayan pactado un gravamen universal del “15% o el 20%”, como prometió Trump en una entrevista televisiva el jueves?

“No tengo respuestas a esas preguntas”, contestó el viernes en un correo electrónico Maurice Obstfeld, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) y miembro del Peterson Institute, con sede en Washington. “Vivimos en un estado de ignorancia compartida acerca de lo que realmente está pensando el presidente”. Al menos, Obstfeld se mostró convencido de algo: las tres semanas que quedan para que expire la nueva tregua “no es tiempo suficiente para cerrar acuerdos comerciales serios, pero sí para que, con excusas para salvar las apariencias, [Trump] prorrogue el plazo de negociación una vez más”.

El club de los ya interpelados por carta es una heterogénea lista, de Moldavia a Corea del Sur, y de Sri Lanka a Japón. En ese grupo, hay notables excepciones como Brasil, que ha visto quintuplicados sus aranceles por motivos extracomerciales (tanto, como el deseo de Trump de librar a su amigo Jair Bolsonaro de la cárcel en su juicio por golpismo). O Canadá, que recibió por sorpresa una tasa de un 35% a ciertos productos con una excusa un tanto risible: su supuesta inacción para detener el tráfico de fentanilo. Pero en general, las cifras anotadas en esas cartas de Trump —de nuevo, con las salvedades de la UE y México— son muy similares a las que figuraban en la cartulina XL con la que este amagó el pasado 2 de abril en una comparecencia en la Casa Blanca con desatar una guerra comercial global.

Entonces, los mercados se desplomaron y el pánico estuvo a punto de contagiarse a la deuda pública, palabras mayores, así que el presidente reculó y decidió conceder el plazo de 90 días para que los países pudieran mitigar sus respectivos golpes sentándose a negociar con Estados Unidos. Washington también fantaseó con un eslogan redondo (“90 pactos comerciales en 90 días”), pero se ha tenido que conformar con cerrar dos principios de acuerdo —con el Reino Unido y con Vietnam, pacto del que una semana después aún no hay constancia documental por ninguna de las dos partes—, así como una tregua con China.

Esta vez las cosas han sido distintas: más que con gritos, las Bolsas han respondido con un prolongado bostezo, a falta de saber cómo reaccionarán a las andanadas de este sábado, día de mercados cerrados. “Estos descartan claramente la posibilidad de que entren en vigor aranceles draconianos”, continúa Obstfeld. O, por decirlo de un modo menos halagador para el presidente de Estados Unidos, parece que los inversores vuelven a contemplarlo en su versión TACO, acrónimo inventado por un analista del Financial Times. Responde a las siglas en inglés de “Trump Siempre Se Acobarda” y le resulta “repugnante” a su protagonista.

“Confía en su talento para negociar, y su estrategia es tirar por lo alto, antes de bajar la apuesta, llevar las cosas al extremo y, sí, retirarse”, opina en una entrevista telefónica Carolyn Kissane, profesora del Centro para Asuntos Globales de la Universidad de Nueva York, que aclara que tanta bravuconería le sirve al menos para ”mandar un mensaje a sus simpatizantes”: estos ven, según la experta, a un hombre fuerte que defiende a Estados Unidos tras años de ser —las palabras son de Trump— un país ”saqueado, pillado, violado y rapiñado”. Y lo hace de manera grandilocuente. “Acapara titulares, y luego hace concesiones un par de semanas después, cuando la gente ya está mirando hacia otro lugar”. Ese asombroso lugar al que el propio show de Trump los habrá llevado.

El cuento de Pedro y el lobo

Kissane confía en que los negociadores estadounidenses se retracten “con los países más grandes” y con el cobre, material a cuyas importaciones impondrá la primera potencia mundial, si nada cambia, un arancel del 50%, también a partir del 1 de agosto. La experta cree además que el comportamiento de Trump de esta semana se debe en parte a que ”está envalentonado porque los indicadores económicos son relativamente estables”. “Las compañías han corrido a llenar sus almacenes, y eso ha aumentado la actividad, así que las repercusiones de los aranceles llegarán más adelante”. Para explicar la reacción de los mercados y la actitud de resignación de los países, la experta recurre al cuento de Pedro y el lobo. Cuando finalmente lleguen los aranceles puede que nadie crea a Trump.

El nobel de Economía Paul Krugman alertó esta semana en su canal de Substack sobre el peligro de confiar en que este no cumplirá sus amenazas. “Mi apuesta es que la gente TACO se equivocará esta vez. Me encantaría no tener razón, pero ahora mismo me parece que se avecinan aranceles profundamente destructivos”, escribió Krugman. “El tono de esas cartas” y “la evidente obsesión de Trump por los gravámenes” invitan al ilustre economista a pensar que el presidente de Estados Unidos “no los va a retirar”.

Si los deja como están ahora (es decir, en una mezcla de los lanzados en abril y los ajustes por correspondencia de esta semana más los volantazos que han ido experimentando por el camino), empresas y consumidores se enfrentarán, según un informe del laboratorio de análisis presupuestario de Yale, al escenario de gravámenes más altos desde 1934, en plena edad dorada del aislacionismo estadounidense que trajo la ley Smoot-Hawley. Con aquella norma de repercusiones indeseadas, el presidente Herbert Hoover quiso proteger a un sector agrícola en crisis. El informe de Yale también calcula que los aranceles de Trump supondrán un gasto adicional por año de 2.300 dólares a las familias estadounidenses.

Los economistas globales del Bank of America Claudio Irigoyen y Antonio Gabriel advirtieron esta semana en un análisis de que el hecho de que el mercado bursátil haya “ignorado la nueva sacudida [arancelaria]” de Trump, unido a la escasa probabilidad de que la confianza de los consumidores “se vea afectada”, puede dar alas a Trump a “escalar” en su apuesta, en vista de que el “el coste marginal” al que se enfrenta “es muy bajo”. Irigoyen y Gabriel tampoco descartan el riesgo de “estanflación [fenómeno que resulta de sumar mayor inflación y menor crecimiento] a medida que aumente la incertidumbre”.

El factor que más contribuye a esa incertidumbre es la voluble personalidad de Trump, a quien un editorialista crítico de The Wall Street Journal con espíritu de guionista de cómics de superhéroes de serie B bautizó este sábado como El Hombre Arancel (Tariff Man). Si algo une a quienes se sientan estos meses a la mesa con Estados Unidos es la seguridad de que él tendrá siempre la última palabra, y de que para que descarrile una negociación que parece ir por buen camino basta una declaración del presidente o un mensaje en Truth.

En la primera ronda de aranceles de abril, la Administración estadounidense se molestó, al menos, en compartir una fórmula matemática que quedó desmontada en tan solo unas horas. Este jueves, a la pregunta de una periodista que buscaba un poco de claridad en los criterios para calcular los gravámenes que se están comunicando por carta a los países, Trump renunció al simulacro de las matemáticas: “La fórmula es una fórmula”, dijo, “basada en el sentido común, en los déficits, en el trato que hemos recibido a lo largo de los años y en cifras brutas (...), en hechos muy sustanciales y también en la historia pasada. Nunca ha habido [antes que él] nadie en la Casa Blanca que entendiera de números”.

Esa misma tarde, los canadienses comprobaron que nada puede darse por sentado con Trump. Ottawa, que vio cómo hace dos semanas Washington rompía las negociaciones en protesta por una tasa digital que tuvieron que retirar, se sorprendió con el anuncio de Trump de un arancel inesperado, del 35%, que cayó como una bomba 11 días antes de que terminase el plazo que ambos países se habían dado. Airlanga Hartarto, ministra de Economía de Indonesia, explicó, por su parte, a The New York Times, que se enteró de que a su país le había tocado un arancel del 32% con el resto del mundo: cuando el presidente de Estados Unidos publicó el lunes la carta en su Truth. El porcentaje era el mismo de abril, y eso que ella creía “que la negociación iba bien”.

Los países que aún no han recibido su carta estarán a buen seguro tomando buena nota de todo lo que puede ir mal. Aún quedan casi tres semanas para que llegue el plazo, definitivo o no, quién sabe, impuesto por El Hombre Arancel. Lo que, en el Washington de Trump, es como decir en otro tiempo, definido, eso sí, por la misma confusión.

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