Rincones oscuros de esta fusión

hace 1 semana 41

La propuesta de fusión del BBVA al Sabadell alberga rincones oscuros. El inmediato sería la supresión de empleos, por redundantes. Se estiman en una horquilla entre 4.000 y 5.900 personas, en base a las últimas operaciones: pero desde la de Caixabank-Bankia, Sabadell ha contraído su nómina dos veces, con lo que quizá el impacto fuese inferior.

El más sustantivo es la restricción de la competencia. El mercado español acentuaría su oligopolio. A tres entidades: Caixabank, Santander y BBVA + Sabadell, que ostentarían más del 73% de la cuota de negocio bancario típico (créditos y depósitos) en España. En Cataluña sería aún peor: solo el duopolio Caixabank y BBVA + Sabadell absorberían el 90% del mercado.

Estas mega-concentraciones debilitarían el ya frágil poder negociador de los clientes. Lo que acentuaría algo demostrado con las alzas de tipos: la banca española ha destacado por su resistencia a repartir sus beneficios caídos del cielo con los depositantes.

A su vez, las pymes, mercado clave de la entidad vallesana, se quedarían huérfanas de un banco especializado en ellas, pues el otro competidor en este segmento, el Banco Popular, lo absorbió el Santander. Y no es igual tratar con un departamento subordinado de un mega-gigante que con una banca cercana, a medida humana. Los ditirambos según los que el banco de origen vasco y el catalán son complementarios para servir a la empresa -uno a las grandes, el otro a las pequeñas-, desafinan. Siempre acaba primando la tracción de las primeras: una sola gestión reporta muchos más beneficios. El recelo unánime de cámaras y otras organizaciones empresariales, en Cataluña y Valencia, ilustra esos peligros.

Claro que los reguladores impondrían condiciones para restablecer la competencia erosionada. ¿Cuáles? ¿Vender oficinas? Permítase el escepticismo: todos lo pretenden ahora, en perjuicio de la tercera edad y el público menos culto en finanzas y menos ducho en manejo digital. Además, la verdadera competencia en el sector viene cada día más del talento y no del número de locales o las cifras de algunas operativas.

Parecida sonrisa merece el argumento del mayor tamaño como última defensa de una entidad, presuntamente en favor del Sabadell. Valdrá para las fusiones transeuropeas, como propugna el BCE, en favor de un mercado bancario y financiero continental. Pero ya mucho menos para las intranacionales: no hace falta ser enorme para prevalerse del privilegio implícito ante los poderes públicos que supone acceder a esa condición: evitar el contagio al resto del sistema financiero en caso de fallo, asedio o ataque indeseado. Las soluciones a las recientes crisis de Crédit Suisse y Silicon Valley Bank certifican que los intereses de los clientes (de depósito y de crédito) y de las economías nacionales pueden preservarse…. aunque mucho menos los de los accionistas.

Si transcurrido un trienio desde el último intento fallido de absorción por BBVA, el Sabadell ha remontado multiplicando su capitalización por cinco, y aquel por tres; si sus inversiones exteriores radican en entornos seguros como Reino Unido y no de alto riesgo como México, o Turquía, pondérese a quién beneficia más esta vez. Sobre todo si apisona el papel de los gestores, de élite y de ventanilla, del banco tan deseado.

Falta subrayar lo esencial: la gobernanza del banco vallesano es rectilínea en la historia. La del BBVA se torció en 2000 cuando un Gobierno maniobró imponiendo al amiguete Paco González como nuevo presidente, quien acabó dimitiendo en 2019 por su implicación en el espionaje de la entidad… asuntos de cohecho y corrupción que mantienen a la actual cúpula respondiendo todavía ante los tribunales. Pues qué gozo. Cuando un político quiso endosar la desfallecida Banca Catalana al Sabadell, pregunté a don Joan Oliu, su legendario director general y padre del actual presidente: “¿Por qué os negáis?”. “Es que ellos son demasiado sabios”, respondió. Genial retintín.

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