En Augusta, la cara es el espejo del alma

hace 3 años 117

No hay entrenador mental que prepare lo suficiente para Augusta cuando el campo saca sus uñas. Aunque solo hay una manera de aprender la lección: sufriendo en el Masters. Lo sabe mejor que nadie un maestro como Chema Olazabal, que cada abril desde 1985 va a clase a seguir aprendiendo. El de Hondarribia pasó el corte por primera vez desde 2014 y miró al cielo entre lágrimas para acordarse de su amigo Seve. En Augusta encuentra la paz interior aunque a sus 55 años el continuo tobogán del recorrido y sus largos hoyos sean para él “un pequeño monstruo”. Pese a todo disfruta, de su boca no sale ni un quejido, y este sábado volvió a desempolvar esa magia con los hierros para resistir con +3 en la ronda y +5 en total. Dos bogeys y un doble bogey en los cuatro últimos hoyos describieron el himalaya en que se convierte la jornada para los más veteranos. Y aun así, ni un mal gesto. Por algo le llaman “el caballero del golf”.

Los años han curtido al doble campeón, que sabe encontrar un punto de satisfacción en ese dolor de muelas que a veces es jugar en Augusta. A Jon Rahm aún le quedan muchas visitas al dentista. Al joven, de 26 años, le cambia la cara con cada disgusto que le da el Masters. Y este curso está siendo más puñetero que en sus últimas apariciones. Después de quedarse en el par del campo el jueves (era un buen resultado por lo fiero que estaba el escenario) y el viernes (no tan bueno porque era jornada para mejores actuaciones), este sábado volvió al empate, cuatro birdies y cuatro bogeys. Eso limando dos golpes en el 15 y el 16, señal de que Rahm compite hasta el último minuto.

Al de Barrika ni le brilló el putt ni sacó a pasear ese suave toque con el que muchas veces escapa del barro. Con unos greens que en ocasiones parecían pistas de patinaje, en los que la bola corría y corría, y algunos golpes desde la calle que se pasaron de largo, mucho más desafinado de lo habitual, a Rahm le costó encontrar la calma por mucho trabajo psicológico que haya detrás. Poco a poco, Augusta fue comiéndole la moral. El Masters puede ser muy cruel con los golfistas de sangre caliente como es el vasco. Una vez soltó el palo, frustrado, otra amagó con romperlo sobre sus rodillas, y gesticulaba con las manos o miraba al cielo buscando una explicación. No había manera y por tercer día seguido se quedó sin descontar golpes al par del campo. Cuarto, noveno y séptimo clasificado en los tres últimos años, este será el primer domingo en este periodo en el que la chaqueta verde parece quedarle demasiado lejos.

“A veces me gustaría que este campo me diera un poco más de cariño”, dijo la víspera Sergio García, que desde que se vistió de verde en 2017 no sabe lo que es pasar el corte. Mala suerte, dijo el castellonense para explicar otro traspié, con los brazos cruzados y el gesto serio. La cara de un golfista puede contar una ronda en Augusta.

Clasificación completa del Masters de Augusta.

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