Dos horas de ritmo, un tesoro para Nadal

hace 2 semanas 34

El deporte, remolino de emociones, agitaba el sábado la coctelera en la Caja Mágica en un día de lo más extraño, que empezó con el personal resignado ante lo que se temía como un adiós, y que terminó con la euforia disparada. Difícil dar con los grises cuando se entremezclan elementos tan conmovedores e instintivos como la nostalgia, la pasión y la euforia. De todo hubo. Y en dosis generosas. Al abandonar el recinto, no eran pocos los feligreses que fantaseaban y lanzaban al aire un ¿por qué no una última vez?, soñando con que lo presenciado pueda ser tal vez el inicio de la enésima resurrección: 7-6(6) y 6-3 contra Alex de Miñaur, el undécimo del mundo. Pero ahí que fue Nadal para poner los pies de todo el mundo sobre la tierra.

“El otro día, el Madrid [contra el City] estuvo defendiendo durante 120 minutos, ganó en los penaltis y todo es emocionante. Esa es la magia. Hoy, en el primer set, pego un revés cruzado que toca la cinta y acabo ganándolo. A los que competimos”, matiza, “también nos contagia esa emoción, pero vemos el deporte de modo general, no solo a partir de lo emotivo o de la ilusión. Yo me emociono igual. Veo jugar a Tiger [Woods] en Augusta, empezando con un birdie, y también me vengo arriba, pero es mucho tiempo sin competir. Y lo mío es un poco lo mismo. Esto es solo un partido, en dos días empiezas otra vez. El vaso de confianza se va llenando, pero creo que hoy estoy lejos de poder aspirar a cosas que la gente pueda pensar por la emoción”.

Departía el campeón de 22 grandes tras un meritorio triunfo contra el australiano. Un triunfo que, hablando en plata, ni los más devotos presagiaban. Nadal, 38 años el próximo 3 de junio, chocaba una semana después con el mismo correcaminos que le endosó en la arena de Barcelona un lacerante 6-1, entonces sin posibilidades porque cedió el primer parcial y se quedó sin combustible en el segundo, desfondado. Esta vez, sin embargo, dirigió el juego con jerarquía y exploró ángulos con la profundidad del revés, sobreponiéndose a un desliz en el desempate —cuatro opciones para cerrar el set, 6-2, resuelto finalmente a la quinta— y sosteniendo el ritmo en la continuación. Magníficas noticias, teniendo en cuenta de dónde viene, cómo está o que no haya podido ensayar correctamente el saque durante tres meses, dice. Pero ante todo, pide calma.

“No nos dejemos llevar por la emoción”, reclamaba. “Hay muchas cosas que se tienen que ir ajustando. He podido hacer cosas que no pude la semana pasada, así que ha sido positivo. Pero no ha sido una semana muy allá va, y a ver cómo me recupero del partido de hoy”, prolongaba, haciendo énfasis varias veces en el factor físico. Porque hoy igual que ayer, Nadal no teme por su capacidad para recuperar el juego, sino por lo que pueda depararle la carrocería y si esta le permitirá ir ampliando el margen en los esfuerzos; esto es, por no romperse. De momento, el sábado resistió a un envite de 2h 02m, y peleará ahora por extender el crédito en términos de partidos. Son ya dos seguidos en Madrid, unidos al puñado de entrenamientos de buen nivel que se le habían ido negando hasta ahora.

Nadal celebra la victoria. / INMA FLORESNadal celebra la victoria. / INMA FLORES

“Un partido no va a cambiar mi perspectiva, primero tengo que estar convencido de que mi físico responde. Tengo que recuperar la confianza en mi cuerpo, porque han pasado muchas cosas, y después tengo que recuperar la confianza en mí mismo, a nivel tenístico, en todos los sentidos. Tengo la oportunidad de jugar otro partido aquí, así que son dos como mínimo en dos semanas, y eso es un avance porque no he podido hacerlo en dos años. Es otra oportunidad de seguir, y de seguir probándome”, valoraba, a la vez que añadía que no puede “hacer el burro” con el servicio —73% con primeros y 53% con segundos, buenos registros— y que los dolores que le persiguen están “más o menos controlados”.

A París, remarca, solo irá si tiene “la posibilidad de soñar”, e insistió en que todo dependerá de lo que le dicte el cuerpo, su verdadero juez: “Si veo que no puedo aguantar todo el torneo, no iré”. En cualquier caso, el presente le depara un cruce con el argentino Pedro Cachín, superior ayer a Frances Tiafoe (7-6(1), 3-6 y 6-4) pese a que antes de aterrizar en el barrio de San Fermín acumulaba 15 derrotas consecutivas. Tiene 29 años, es el 91º del mundo. Y Nadal, freno de mano en el mensaje, relativiza y demanda prudencia, pero los aficionados se retiraban haciendo hipótesis y analizando el cuadro, por si las moscas, quién sabe; todavía bajo la ensoñación de una tarde a flor de piel.

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